DÍA INTERNACIONAL DE LAS BIBLIOTECAS
24 DE OCTUBRE DE 2021
Palabras menores, uno de mis primeros libros, contiene un relato titulado
«Biblioteca» cuyo protagonista es alguien empeñado en encontrar el orden
ideal para su colección de libros. Al final –y disculpen que destripe el
microrrelato– descubrimos que la persona en cuestión solo tiene tres libros
que se obstina en colocar una y otra vez siguiendo distintos criterios, en
busca de una innecesaria perfección, quizá solo por el placer de
contemplarlos, de tocarlos, de tenerlos entre las manos. Ese cuento, escrito
en clave de humor y que pretende sorprender, es en realidad un discreto
homenaje al libro, pero también a una época, la de mi infancia en la que era
un artículo escaso, casi de lujo, que apenas recibíamos por Reyes, cuando
cumplíamos años o como recompensa, alguna vez, por haber sacado
buenas notas, con una frecuencia y en una cantidad absolutamente
insuficientes para niños, como yo, hambrientos de lectura.
Fue en esa época, una tarde de noviembre, animado por mi amigo
Alberto Gaitán, que estimaba que 5º de la lejana EGB era un curso difícil,
crucial, que exigía de nosotros rigor y empeño en el estudio, cuando
descubrí la Biblioteca Municipal de Plasencia. Esa tarde se abrieron para
mí las puertas del Paraíso. Tardaría luego muchos años en volver a
estudiar, como era nuestro propósito aquella primera tarde, en el silencio
vigilado de la biblioteca, pero desde que ese día me hice el carné de socio
y saqué en préstamo una biografía infantil de Cervantes –mi amigo y yo,
serios, circunspectos, decidimos que lo oportuno, en tan trascendental
momento, era una lectura de provecho–, se convirtió para mí en lugar de
peregrinación semanal, normalmente varios días por semana, en alguna
ocasión, incluso, varias veces por día.
Sin esforzarme, aún puedo vislumbrar entre sus abarrotadas
estanterías al niño que, agotadas las aventuras de Los Cinco o Los Siete
Secretos, descubría, en un majestuoso tomo de color verde aceituna, la
Ilíada de Homero, o el mecanismo de relojería de El escarabajo de oro de
Edgar Allan Poe, o el remordimiento angustiante de Raskólnikov en
Crimen y castigo, al adolescente que se sentía, con Herman Hesse, un lobo
estepario, con Albert Camus, un extranjero, y también al joven que,
atrapado ya para siempre en las encantadoras redes de la literatura,
fatigaba los anaqueles buscando cuentos de Borges o Cortázar, poemas de
Benedetti, las novelas cínicas, despiadadas, de Thomas Bernhard o la prosa
suculenta de Gonzalo Hidalgo Bayal, siempre bajo la tutela gruñona y
cariñosa de Felisa, la bibliotecaria, a la que con el tiempo convertiría, en
otro merecido homenaje, en personaje de ficción, en una novela, El tesoro
de la Isla, que habla, precisamente, del fascinante descubrimiento de los
libros. Allí, en tardes de lluvia otoñal o relucientes mañanas de verano,
descubrí títulos que me fascinaron, que devoraba muerto de sueño entre
las sábanas o en madrugones hambrientos de lectura, y cuyo eco aún
resuena en mi memoria, libros que me han acompañado siempre, libros
que están detrás, sin duda, de cada palabra que he escrito, de estas que
escribo hoy más que de ninguna otra.
Hoy, treinta y cinco años después, los libros son, por suerte, un
artículo más asequible, que abarrota muchas de nuestras casas, que
acumulamos y que incluso, a veces, llega a estorbarnos, pero, aun así, o
precisamente por eso, por ese exceso, y sobre todo por los torrentes de
información que nos inundan sin cauce a través de las pantallas, las
bibliotecas siguen siendo lugares absolutamente necesarios, lugares de
encuentro entre libros, lectores y bibliotecarios, lugares en los que, con la
ayuda de exploradores más avezados, aprender a desbrozar y a abrirse
cada cual su propio camino por la apasionante selva de las palabras,
lugares en los que perderse, en los que encontrarse, en los que disfrutar de
una historia de amor, de todo un idilio con la lectura.
Por todo ello, este 24 de octubre, Día Internacional de las Bibliotecas,
con muchísima emoción, y con todo mi agradecimiento como usuario,
tantos años, de este fabuloso regalo que son las bibliotecas públicas, feliz
día, felices libros y larga vida a las bibliotecas y a los bibliotecarios.
Juan Ramón Santo